O Eugénio Alves enviou-me este artigo de MANUEL VICENT publicado no “El País”, do passado dia 6 de Agosto de 2006, no qual se faz uma descrição da história da paixão do autor pela obra de Camus contendo algumas revelações interessantes, como a paixão de Camus pelo futebol e a sua defesa , sem desfalecimentos, da República espanhola contra a ditadura de Franco. Posso mesmo acrescentar, a propósito, que a que julgo ter sido a única condecoração que aceitou foi uma do Governo Republicano espanhol, no exílio, numa cerimónia singular realizada, se não erro, em Paris, tendo-lhe sido a mesma entregue de forma semi-secreta.
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Aprendió la libertad de la miseria. Todos eran pobres en aquella arena deslumbrada de Argel
Lo imaginaba adolescente en los topes del tranvía bajando hacia las playas de Argel, dispuesto a pegarse un baño junto con otros muchachos árabes, todos hermanados por la misma luz, por la misma pobreza. Pegarse un baño, en el argot del francés de Argelia, es una expresión que incluye lo que ese acto tiene de combate al abrazarse al agua, dejando que sea el mar el que te azote. Aprendió la libertad de la miseria. Todos eran pobres en aquella arena deslumbrada de Argel, entre barcas con pantoques color naranja, el adolescente Albert Camus y sus amigos árabes en cuyos cuerpos desnudos resbalaba el mismo sol mojado. La dicha aún tenía sentido: empezaba y terminaba en la piel.
También lo imaginaba sentado en la terraza de un café del bulevar de Argel en su época de estudiante de filosofía, siguiendo con los ojos a las muchachas vestidas con telas ligeras, de colores vivos, que pasaban por la acera, mientras saboreaba el primer anís, de cierto sabor canalla. Su padre, un jornalero agrícola de Mondovi, murió por Francia en la batalla del Marne, en la I Guerra Mundial. Albert Camus, que sólo contaba con un año de edad, fue recogido por uno de sus tíos, tonelero de profesión, guardián del propio silencio, como la madre, de origen menorquín, analfabeta, también de mucho sufrimiento y de pocas palabras.
Todo lo que sabía de la felicidad lo había aprendido de los pobres bajo el sol en la playa, todo el conocimiento de la vida, más allá de los estudios del bachillerato con becas ganadas a pulso, lo había adquirido jugando al fútbol profesional. Pero en medio de esta lucha para hacerse adulto, se le presentó la enfermedad, un foco negro en el pulmón, como ese fondo oscuro que tiene siempre la luz blanca. El absurdo no era más que eso: una deslealtad del cuerpo frente al espíritu, una quiebra del espíritu contra la armonía de la naturaleza.
A mis 18 años, un librero de Valencia me ofreció envuelto en un papel de estraza, por debajo del mostrador, clandestinamente, el libro de Camus de tapas rojas titulado Verano, impreso en Argentina, que leí en la hamaca bajo el sonido de las chicharras y el olor a pinaza abrasada por la canícula. En sus páginas descubrí que el Mediterráneo no era un mar, sino una pulsión espiritual, casi física, la misma que yo sentía sin darle nombre: el placer contra el destino aciago, la moral sin culpa y la inocencia sin ningún dios. Poco después vi una fotografía del escritor con una gabardina de trinchera, el cigarrillo entre los dedos, la mirada irónica y media sonrisa colgada de la comisura; era una imagen de los tiempos en que Camus reinaba en el café de Flore de París, amado por las mujeres, orlado todavía por su lucha en la Resistencia contra los nazis, donde había sido redactor jefe del periódico clandestino Combat y ahora, amigo de Sartre, sintetizaba todo el glamour intelectual de la rive gauche, donde el existencialismo era una moda que cantaba Juliette Greco con voz quemada por el Calvados.
Lo primero que hice fue comprarme una camisa negra, una gabardina blanca, dejar los cigarrillos Lucky Strike y pasarme a los Gitanes sin filtro. En cuanto hube leído El extranjero y El mito de Sísifo me fui a la playa de la Malvarrosa en un tranvía, como los de Argel, y en el balneario de Las Arenas traté de poner en práctica el absurdo solar. Subía al último trampolín de la piscina como quien acarrea el propio cuerpo a la cima y desde allí me arrojaba al agua sin saber que ese acto era un castigo que te obligaba a ascender por dentro de ti mismo una y otra vez. Desde aquella altura, entre el resplandor de la arena que hería los ojos, comprendí que se podía acuchillar a otro cuerpo sólo impulsado por el fulgor del cuchillo, un fin sin finalidad, como si el absurdo fuera una forma de belleza filosófica.
Por ese tiempo, para hacer ejercicios de francés yo había traducido el discurso que Camus lanzó contra Franco cuando España fue admitida en la Unesco. Conservaba una copia en papel cebolla que me llevé a Madrid entre las páginas de la novela La peste. El dueño de la casa de huéspedes donde fui a parar resultó ser un perista. Un día, de regreso del café Gijón, me encontré con mi maleta desparramada sobre la cama junto con un alijo de sortijas de oro, relojes, pulseras y otros abalorios y a dos policías que se pasaban uno a otro el escrito de Camus que habían encontrado entre mis papeles.
-Sólo es un ejercicio de traducción -les dije.
-Eso tendrá que contárselo al comisario -respondió uno de ellos.
Me llevaron a la comisaría de la calle de la Luna en compañía del dueño de la pensión. Después de algunos insultos quedé en libertad, pero este percance hizo que me sintiera ligado de forma romántica a Albert Camus, a quien desde ese momento guardé una fidelidad absoluta. Yo sabía con quién debía alinearme cuando Sartre y Camus escenificaron una abrupta ruptura, no sólo ideológica, sino también de su amistad, ante el mundo del pensamiento y de las letras por una concepción distinta del compromiso. Camus había tenido el valor de denunciar los campos de concentración de la Unión Soviética, y en medio de una feroz disputa los admiradores de Sartre rodearon a Camus de un cordón sanitario, que ni siquiera logró salvar con el premio Nobel.
Sólo su muerte, acaecida en un accidente de automóvil el 4 de enero de 1960, lo devolvió a las páginas de los periódicos, pero enseguida su obra cayó de nuevo en el olvido. Después fueron los nuevos filósofos y otros bandos de torcaces neoliberales, que se pasaron del marxismo a la extrema derecha, los que trataron de interpretar aquel acto del hombre rebelde como una baza de su propia ideología. Pero Camus no era un ideólogo ni un moralista, sino un escritor profundamente moral que supo discernir a su debido tiempo que el compromiso debe ser con los que sufren la historia, no con los que la hacen, uno a uno, de forma personal, dondequiera que se encuentren.
Al principio fue sólo una emoción estética por su forma de estar en el mundo lo que me atrajo de este escritor, pero llegó un momento en que, en medio del naufragio de todas las ideas, lo elegí como un buen guía frente a mis propias dudas y contra toda clase de infortunio.
Wednesday, August 23, 2006
Tuesday, August 22, 2006
Nuestra familia ha perdido la guerra
Um extraordinário testemunho de DAVID GROSSMAN a propósito da morte de seu filho, Uri, em 12 de Agosto de 2006, na guerra do Líbano.
El escritor israelí David Grossman recuerda en este artículo a su hijo Uri, muerto el sábado 12 de agosto en el sur de Líbano cuando el carro de combate en el que avanzaba fue alcanzado por un misil antitanque de Hezbolá. Días antes, David Grossman, junto con los escritores Amos Oz y A. B. Yehoshua, había formulado un llamamiento al Gobierno israelí para que finalizara sus operaciones militares en Líbano.
Mi querido Uri:
Hace tres días que prácticamente todos nuestros pensamientos comienzan por una negación. No volverá a venir, no volveremos a hablar, no volveremos a reír. No volverá a estar ahí, el chico de mirada irónica y extraordinario sentido del humor. No volverá a estar ahí, el joven de sabiduría mucho más profunda que la propia de su edad, de sonrisa cálida, de apetito saludable. No volverá a estar ahí, esta rara combinación de determinación y delicadeza. Faltarán a partir de ahora su buen juicio y su buen corazón.
No volveremos a contar con la infinita ternura de Uri, la tranquilidad con la que apaciguaba todas las tormentas. No volveremos a ver juntos Los Simpson o Seinfeld, no volveremos a escuchar contigo a Johnny Cash ni volveremos a sentir tu fuerte abrazo. No volveremos a verte andar y charlar con tu hermano mayor, Yonatan, gesticulando con ardor, ni volveremos a verte besar a tu hermana pequeña, Ruti, a la que tanto querías.
Uri, mi amor, durante tu breve existencia todos aprendimos de ti. De tu fuerza y tu empeño en seguir tu camino, incluso aunque no tuviera salida. Seguimos, estupefactos, tu lucha para que te admitieran en los cursillos de formación de jefes de carros de combate. No cediste a la opinión de tus superiores, porque sabías que podías ser un buen jefe y no estabas dispuesto a dar menos de lo que eras capaz. Y cuando lo lograste, pensé: he aquí un chico que conoce sus posibilidades de manera sencilla y lúcida. Sin pretensión, sin arrogancia. Que no se deja influir por lo que dicen los demás de él. Que saca la fuerza de sí mismo. Desde que eras niño, eras ya así. Vivías en armonía contigo mismo y con los que te rodeaban. Sabías cuál era tu sitio, eras consciente de ser querido, conocías tus limitaciones y tus cualidades. Y, la verdad, después de haber doblegado a todo el ejército y haber sido nombrado jefe de carros de combate, se vio claramente qué tipo de jefe y de hombre eras. Y hoy oímos hablar a tus amigos y tus soldados del jefe y el amigo, el que se levantaba antes que nadie para organizar todo y que sólo se iba a costar cuando los otros ya dormían.
Y ayer, a medianoche, contemplaba la casa, que estaba más bien desordenada después de que cientos de personas vinieran a visitarnos para ofrecernos consuelo, y dije: tendría que estar Uri para ayudarnos a recoger.
Eras el izquierdista de tu batallón, pero te respetaban porque mantenías tus posiciones sin renunciar a ninguno de tus deberes militares. Recuerdo que me habías explicado tu "política de controles militares" porque tú también habías pasado bastante tiempo en esos controles. Decías que, si había un niño en el coche que acababas de detener, lo primero que hacías era tratar de tranquilizarle y hacerle reír. Y te acordabas de aquel niño, más o menos de la edad de Ruti, y del miedo que le dabas, y lo que él te odiaba, con razón. Pese a ello, hacías todo lo posible para facilitarle ese momento terrible, pero siempre cumpliendo tu deber, sin concesiones.
Cuando partiste hacia Líbano, tu madre dijo que lo que más temía era el "síndrome de Elifelet".
Teníamos mucho miedo de que, como el Elifelet de la canción, te lanzases en medio de los disparos para salvar a un herido, de que fueras el primero en ofrecerse voluntario para el reabastecimiento de las municiones largo tiempo agotadas. Temíamos que allí en Líbano, en esta guerra tan dura, te comportases como lo habías hecho toda la vida en casa, en la escuela y en el servicio militar, que te ofrecieras a renunciar a un permiso porque otro soldado lo necesitaba más que tú, o porque aquel otro tenía una situación más difícil en su casa.
Para mí eras un hijo y un amigo. Y lo mismo para tu madre. Nuestra alma está unida a la tuya. Vivías en paz contigo mismo, eras de esas personas con las que uno se siente bien. No puedo ni decir en voz alta hasta qué punto eras para mí "alguien con el que correr"
[título de una de las últimas novelas del autor].Cada vez que volvías de permiso, decías: ven, papá, vamos a hablar. Normalmente, íbamos a sentarnos y conversar a un restaurante. Me contabas un montón de cosas, Uri, y yo me enorgullecía y me sentía honrado de ser tu confidente, de que alguien como tú me hubiera escogido.
Recuerdo tu incertidumbre, una vez, por la idea de castigar a un soldado que había infringido la disciplina. Cuánto sufriste porque la decisión iba a indignar a los que estaban a tus órdenes y a los demás jefes, mucho más indulgentes que tú ante ciertas infracciones. Castigar a aquel soldado, efectivamente, te costó mucho desde el punto de vista de las relaciones humanas, pero aquel episodio concreto se transformó después en una de las historias fundamentales del batallón, porque estableció ciertas normas de conducta y respeto a las reglas. Y en tu primer permiso me contaste, con un tímido orgullo, que el comandante del batallón, durante una conversación con varios oficiales recién llegados, había citado tu decisión como ejemplo de comportamiento por parte de un jefe.
Has iluminado nuestra vida, Uri. Tu madre y yo te criamos con amor. Fue muy fácil quererte con todo nuestro corazón, y sé que tú también viviste bien. Que tu breve vida fue bella. Espero haber sido un padre digno de un hijo como tú. Pero sé que ser el hijo de Michal quiere decir crecer con una generosidad, una gracia y un amor infinitos, y tú recibiste todo eso. Lo recibiste en abundancia y supiste apreciarlo, supiste agradecerlo, y no consideraste nada de lo que recibías como algo que te fuera debido.
En estos momentos no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido. Israel hará su examen de conciencia, y nosotros nos encerraremos en nuestro dolor, rodeado de nuestros buenos amigos, arropados en el amor inmenso de tanta gente a la que, en su mayoría, no conocemos, y a la que agradezco su apoyo ilimitado.
Me gustaría mucho que también supiéramos darnos unos a otros este amor y esta solidaridad en otros momentos. Ése es quizá nuestro recurso nacional más especial. Nuestra mayor riqueza natural. Me gustaría que pudiéramos mostrarnos más sensibles unos con otros. Que pudiéramos liberarnos de la violencia y la enemistad que se han infiltrado tan profundamente en todos los aspectos de nuestra vida. Que supiéramos cambiar de opinión y salvarnos ahora, justo en el último instante, porque nos aguardan tiempos muy duros.
Quiero decir alguna cosa más. Uri era un joven muy israelí. Su propio nombre es muy israelí y muy hebreo. Era un concentrado de lo que debería ser Israel. Lo que está ya casi olvidado. Lo que muchas veces se considera casi una curiosidad.
A veces, al observarle, pensaba que era un joven un poco anacrónico. Él, Yonatan y Ruti. Unos niños de los años cincuenta. Uri, con su absoluta honradez y su forma de asumir la responsabilidad de todo lo que sucedía a su alrededor. Uri, siempre "en primera línea", con el que se podía contar. Uri, con su profunda sensibilidad respecto a todos los sufrimientos, todos los males. Con su capacidad para la compasión. Una palabra que me hacía pensar en él cada vez que me venía a la mente.
Era un chico que tenía unos valores, ese término tan vilipendiado y ridiculizado en los últimos años. Porque en nuestro mundo loco, cruel y cínico, no es cool tener valores. O ser humanista. O sensible al malestar de los otros, aunque esos otros fueran el enemigo en el campo de batalla.
Pero de Uri aprendí que se puede y se debe ser todo eso a la vez. Que debemos defendernos, sin duda, pero en los dos sentidos: defender nuestras vidas, y también empeñarnos en proteger nuestra alma, empeñarnos en protegerla de la tentación de la fuerza y las ideas simplistas, la distorsión del cinismo, la contaminación del corazón y el desprecio del individuo que constituyen la auténtica y gran maldición de quienes viven en una zona de tragedia como la nuestra.
Uri tenía sencillamente el valor de ser él, siempre, en cualquier situación, de encontrar su voz exacta en todo lo que decía y hacía, y eso le protegía de la contaminación, la desfiguración y la degradación del alma.
Uri era además un chico divertido, de un humor y una sagacidad increíbles, y es imposible hablar de él sin mencionar algunos de sus "hallazgos". Por ejemplo, cuando tenía 13 años, le dije: imagínate que puedas ir con tus hijos un día al espacio, como vamos hoy a Europa. Y él me respondió sonriendo: "El espacio no me atrae demasiado, en la tierra se encuentra de todo".
En otra ocasión, en el coche, Michal y yo hablábamos de un nuevo libro que había despertado gran interés y estábamos citando a escritores y críticos. Uri, que debía de tener nueve años, nos interpeló desde el asiento de atrás: "¡Eh, los elitistas, recordar que lleváis detrás a un inculto que no entiende nada de lo que decís!".
O, por ejemplo, una vez que tenía un higo seco en la mano (le encantaban los higos): "Dime, papá, ¿los higos secos son los que han cometido un pecado en su vida anterior?".
O cuando me resistía a aceptar una invitación a Japón: "¿Cómo puedes decir que no? ¿Tú sabes lo que es vivir en el único país en el que no hay turistas japoneses?".
En la noche del sábado al domingo, a las tres menos veinte, llamaron a nuestra puerta y por el interfono se oyó la voz de un oficial. Fui a abrir y pensé: ya está, la vida se ha terminado.
Pero cinco horas después, cuando Michal y yo entramos en la habitación de Ruti y la despertamos para darle la terrible noticia, ella, tras las primeras lágrimas, dijo: "Pero seguiremos viviendo, ¿verdad? Viviremos y nos pasearemos como antes. Quiero seguir cantando en el coro, riendo como siempre, aprender a tocar la guitarra". La abrazamos y le dijimos que íbamos a seguir viviendo, y Ruti continuó: "Qué trío tan extraordinario éramos, Yonatan, Uri y yo".
Y es verdad que sois extraordinarios. Yonatan, Uri y tú no erais sólo hermanos, sino amigos de corazón y de alma. Teníais un mundo propio, un lenguaje propio y un humor propio. Ruti, Uri te quería con toda su alma. Con qué ternura te hablaba. Recuerdo su última llamada de teléfono, después de expresar su alegría por el alto el fuego que había proclamado la ONU, insistió en hablar contigo. Y tú lloraste después. Como si ya lo supieras.
Nuestra vida no se ha terminado. Sólo hemos sufrido un golpe muy duro. Sacaremos la fuerza para soportarlo de nosotros mismos, del hecho de estar juntos, Michal y yo, nuestros hijos, y también el abuelo y las abuelas que querían a Uri con todo su corazón -le llamaban Neshumeh (mi pequeña alma)-, y los tíos, tías y primos, y todos sus amigos del colegio y el ejército, que están pendientes de nosotros con aprensión y afecto.
Y también sacaremos la fuerza de Uri. Poseía una fuerza que nos bastará para muchos años. La luz que proyectaba -de vida, de vigor, de inocencia y de amor- era tan intensa que seguirá iluminándonos incluso después de que el astro que la producía se haya apagado. Amor nuestro, hemos tenido el enorme privilegio de haber estado contigo, gracias por cada momento en el que estuviste con nosotros.
Papá, mamá, Yonatan y Ruti.
[EL PAÍS - Opinión - 21-08-2006]
El escritor israelí David Grossman recuerda en este artículo a su hijo Uri, muerto el sábado 12 de agosto en el sur de Líbano cuando el carro de combate en el que avanzaba fue alcanzado por un misil antitanque de Hezbolá. Días antes, David Grossman, junto con los escritores Amos Oz y A. B. Yehoshua, había formulado un llamamiento al Gobierno israelí para que finalizara sus operaciones militares en Líbano.
Mi querido Uri:
Hace tres días que prácticamente todos nuestros pensamientos comienzan por una negación. No volverá a venir, no volveremos a hablar, no volveremos a reír. No volverá a estar ahí, el chico de mirada irónica y extraordinario sentido del humor. No volverá a estar ahí, el joven de sabiduría mucho más profunda que la propia de su edad, de sonrisa cálida, de apetito saludable. No volverá a estar ahí, esta rara combinación de determinación y delicadeza. Faltarán a partir de ahora su buen juicio y su buen corazón.
No volveremos a contar con la infinita ternura de Uri, la tranquilidad con la que apaciguaba todas las tormentas. No volveremos a ver juntos Los Simpson o Seinfeld, no volveremos a escuchar contigo a Johnny Cash ni volveremos a sentir tu fuerte abrazo. No volveremos a verte andar y charlar con tu hermano mayor, Yonatan, gesticulando con ardor, ni volveremos a verte besar a tu hermana pequeña, Ruti, a la que tanto querías.
Uri, mi amor, durante tu breve existencia todos aprendimos de ti. De tu fuerza y tu empeño en seguir tu camino, incluso aunque no tuviera salida. Seguimos, estupefactos, tu lucha para que te admitieran en los cursillos de formación de jefes de carros de combate. No cediste a la opinión de tus superiores, porque sabías que podías ser un buen jefe y no estabas dispuesto a dar menos de lo que eras capaz. Y cuando lo lograste, pensé: he aquí un chico que conoce sus posibilidades de manera sencilla y lúcida. Sin pretensión, sin arrogancia. Que no se deja influir por lo que dicen los demás de él. Que saca la fuerza de sí mismo. Desde que eras niño, eras ya así. Vivías en armonía contigo mismo y con los que te rodeaban. Sabías cuál era tu sitio, eras consciente de ser querido, conocías tus limitaciones y tus cualidades. Y, la verdad, después de haber doblegado a todo el ejército y haber sido nombrado jefe de carros de combate, se vio claramente qué tipo de jefe y de hombre eras. Y hoy oímos hablar a tus amigos y tus soldados del jefe y el amigo, el que se levantaba antes que nadie para organizar todo y que sólo se iba a costar cuando los otros ya dormían.
Y ayer, a medianoche, contemplaba la casa, que estaba más bien desordenada después de que cientos de personas vinieran a visitarnos para ofrecernos consuelo, y dije: tendría que estar Uri para ayudarnos a recoger.
Eras el izquierdista de tu batallón, pero te respetaban porque mantenías tus posiciones sin renunciar a ninguno de tus deberes militares. Recuerdo que me habías explicado tu "política de controles militares" porque tú también habías pasado bastante tiempo en esos controles. Decías que, si había un niño en el coche que acababas de detener, lo primero que hacías era tratar de tranquilizarle y hacerle reír. Y te acordabas de aquel niño, más o menos de la edad de Ruti, y del miedo que le dabas, y lo que él te odiaba, con razón. Pese a ello, hacías todo lo posible para facilitarle ese momento terrible, pero siempre cumpliendo tu deber, sin concesiones.
Cuando partiste hacia Líbano, tu madre dijo que lo que más temía era el "síndrome de Elifelet".
Teníamos mucho miedo de que, como el Elifelet de la canción, te lanzases en medio de los disparos para salvar a un herido, de que fueras el primero en ofrecerse voluntario para el reabastecimiento de las municiones largo tiempo agotadas. Temíamos que allí en Líbano, en esta guerra tan dura, te comportases como lo habías hecho toda la vida en casa, en la escuela y en el servicio militar, que te ofrecieras a renunciar a un permiso porque otro soldado lo necesitaba más que tú, o porque aquel otro tenía una situación más difícil en su casa.
Para mí eras un hijo y un amigo. Y lo mismo para tu madre. Nuestra alma está unida a la tuya. Vivías en paz contigo mismo, eras de esas personas con las que uno se siente bien. No puedo ni decir en voz alta hasta qué punto eras para mí "alguien con el que correr"
[título de una de las últimas novelas del autor].Cada vez que volvías de permiso, decías: ven, papá, vamos a hablar. Normalmente, íbamos a sentarnos y conversar a un restaurante. Me contabas un montón de cosas, Uri, y yo me enorgullecía y me sentía honrado de ser tu confidente, de que alguien como tú me hubiera escogido.
Recuerdo tu incertidumbre, una vez, por la idea de castigar a un soldado que había infringido la disciplina. Cuánto sufriste porque la decisión iba a indignar a los que estaban a tus órdenes y a los demás jefes, mucho más indulgentes que tú ante ciertas infracciones. Castigar a aquel soldado, efectivamente, te costó mucho desde el punto de vista de las relaciones humanas, pero aquel episodio concreto se transformó después en una de las historias fundamentales del batallón, porque estableció ciertas normas de conducta y respeto a las reglas. Y en tu primer permiso me contaste, con un tímido orgullo, que el comandante del batallón, durante una conversación con varios oficiales recién llegados, había citado tu decisión como ejemplo de comportamiento por parte de un jefe.
Has iluminado nuestra vida, Uri. Tu madre y yo te criamos con amor. Fue muy fácil quererte con todo nuestro corazón, y sé que tú también viviste bien. Que tu breve vida fue bella. Espero haber sido un padre digno de un hijo como tú. Pero sé que ser el hijo de Michal quiere decir crecer con una generosidad, una gracia y un amor infinitos, y tú recibiste todo eso. Lo recibiste en abundancia y supiste apreciarlo, supiste agradecerlo, y no consideraste nada de lo que recibías como algo que te fuera debido.
En estos momentos no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido. Israel hará su examen de conciencia, y nosotros nos encerraremos en nuestro dolor, rodeado de nuestros buenos amigos, arropados en el amor inmenso de tanta gente a la que, en su mayoría, no conocemos, y a la que agradezco su apoyo ilimitado.
Me gustaría mucho que también supiéramos darnos unos a otros este amor y esta solidaridad en otros momentos. Ése es quizá nuestro recurso nacional más especial. Nuestra mayor riqueza natural. Me gustaría que pudiéramos mostrarnos más sensibles unos con otros. Que pudiéramos liberarnos de la violencia y la enemistad que se han infiltrado tan profundamente en todos los aspectos de nuestra vida. Que supiéramos cambiar de opinión y salvarnos ahora, justo en el último instante, porque nos aguardan tiempos muy duros.
Quiero decir alguna cosa más. Uri era un joven muy israelí. Su propio nombre es muy israelí y muy hebreo. Era un concentrado de lo que debería ser Israel. Lo que está ya casi olvidado. Lo que muchas veces se considera casi una curiosidad.
A veces, al observarle, pensaba que era un joven un poco anacrónico. Él, Yonatan y Ruti. Unos niños de los años cincuenta. Uri, con su absoluta honradez y su forma de asumir la responsabilidad de todo lo que sucedía a su alrededor. Uri, siempre "en primera línea", con el que se podía contar. Uri, con su profunda sensibilidad respecto a todos los sufrimientos, todos los males. Con su capacidad para la compasión. Una palabra que me hacía pensar en él cada vez que me venía a la mente.
Era un chico que tenía unos valores, ese término tan vilipendiado y ridiculizado en los últimos años. Porque en nuestro mundo loco, cruel y cínico, no es cool tener valores. O ser humanista. O sensible al malestar de los otros, aunque esos otros fueran el enemigo en el campo de batalla.
Pero de Uri aprendí que se puede y se debe ser todo eso a la vez. Que debemos defendernos, sin duda, pero en los dos sentidos: defender nuestras vidas, y también empeñarnos en proteger nuestra alma, empeñarnos en protegerla de la tentación de la fuerza y las ideas simplistas, la distorsión del cinismo, la contaminación del corazón y el desprecio del individuo que constituyen la auténtica y gran maldición de quienes viven en una zona de tragedia como la nuestra.
Uri tenía sencillamente el valor de ser él, siempre, en cualquier situación, de encontrar su voz exacta en todo lo que decía y hacía, y eso le protegía de la contaminación, la desfiguración y la degradación del alma.
Uri era además un chico divertido, de un humor y una sagacidad increíbles, y es imposible hablar de él sin mencionar algunos de sus "hallazgos". Por ejemplo, cuando tenía 13 años, le dije: imagínate que puedas ir con tus hijos un día al espacio, como vamos hoy a Europa. Y él me respondió sonriendo: "El espacio no me atrae demasiado, en la tierra se encuentra de todo".
En otra ocasión, en el coche, Michal y yo hablábamos de un nuevo libro que había despertado gran interés y estábamos citando a escritores y críticos. Uri, que debía de tener nueve años, nos interpeló desde el asiento de atrás: "¡Eh, los elitistas, recordar que lleváis detrás a un inculto que no entiende nada de lo que decís!".
O, por ejemplo, una vez que tenía un higo seco en la mano (le encantaban los higos): "Dime, papá, ¿los higos secos son los que han cometido un pecado en su vida anterior?".
O cuando me resistía a aceptar una invitación a Japón: "¿Cómo puedes decir que no? ¿Tú sabes lo que es vivir en el único país en el que no hay turistas japoneses?".
En la noche del sábado al domingo, a las tres menos veinte, llamaron a nuestra puerta y por el interfono se oyó la voz de un oficial. Fui a abrir y pensé: ya está, la vida se ha terminado.
Pero cinco horas después, cuando Michal y yo entramos en la habitación de Ruti y la despertamos para darle la terrible noticia, ella, tras las primeras lágrimas, dijo: "Pero seguiremos viviendo, ¿verdad? Viviremos y nos pasearemos como antes. Quiero seguir cantando en el coro, riendo como siempre, aprender a tocar la guitarra". La abrazamos y le dijimos que íbamos a seguir viviendo, y Ruti continuó: "Qué trío tan extraordinario éramos, Yonatan, Uri y yo".
Y es verdad que sois extraordinarios. Yonatan, Uri y tú no erais sólo hermanos, sino amigos de corazón y de alma. Teníais un mundo propio, un lenguaje propio y un humor propio. Ruti, Uri te quería con toda su alma. Con qué ternura te hablaba. Recuerdo su última llamada de teléfono, después de expresar su alegría por el alto el fuego que había proclamado la ONU, insistió en hablar contigo. Y tú lloraste después. Como si ya lo supieras.
Nuestra vida no se ha terminado. Sólo hemos sufrido un golpe muy duro. Sacaremos la fuerza para soportarlo de nosotros mismos, del hecho de estar juntos, Michal y yo, nuestros hijos, y también el abuelo y las abuelas que querían a Uri con todo su corazón -le llamaban Neshumeh (mi pequeña alma)-, y los tíos, tías y primos, y todos sus amigos del colegio y el ejército, que están pendientes de nosotros con aprensión y afecto.
Y también sacaremos la fuerza de Uri. Poseía una fuerza que nos bastará para muchos años. La luz que proyectaba -de vida, de vigor, de inocencia y de amor- era tan intensa que seguirá iluminándonos incluso después de que el astro que la producía se haya apagado. Amor nuestro, hemos tenido el enorme privilegio de haber estado contigo, gracias por cada momento en el que estuviste con nosotros.
Papá, mamá, Yonatan y Ruti.
[EL PAÍS - Opinión - 21-08-2006]
Friday, August 18, 2006
FEDERICO GARCIA LORCA - 70 ANOS APÓS O SEU ASSASSINATO
Setenta años de un crimen - En una Granada sangrienta, Federico García Lorca fue ejecutado junto a un maestro de escuela y dos banderilleros.
LUIS GARCÍA MONTERO - EL PAÍS – 18-08-2006
La noche del 13 de julio de 1936, Federico García Lorca tomó el tren de Granada. El poeta barajaba todavía la posibilidad de viajar a México, invitado por la actriz Margarita Xirgu, para disfrutar del éxito que estaban obteniendo sus obras teatrales. Vivía un momento de plena madurez y de reconocimiento público, se habían perfilado todos los matices de su voz lírica en los poemas del Diván del Tamarit, y acababa de escribir La casa de Bernarda Alba, una obra rotunda, de alto significado en la evolución teatral de su autor, porque culminaba sus indagaciones estéticas para superar a la vez el experimentalismo elitista de la vanguardia y las facilidades populistas del arte comercial. Pocos días después de leer ante un grupo selecto de amigos el manuscrito de La casa de Bernarda Alba, tomó un tren camino de Granada. Además de pasar el 18 de julio, día de su santo, con sus padres y su hermana Concha, parece que quería alejarse de los aires conflictivos de Madrid por una breve temporada.
Pero Granada estaba lejos de respirar tranquilidad. El poeta debía de conocer las tensiones que se habían condensado en la ciudad. Su relación estrecha con Fernando de los Ríos, diputado socialista por Granada, así lo hace suponer. El Frente Popular había impugnado los resultados de las elecciones de febrero de 1936, denunciando la manipulación caciquil en la provincia. La repetición de los comicios el día 31 de marzo no sirvió para calmar las heridas abiertas por meses de grandes mítines, huelgas, tiroteos falangistas, incendios, provocaciones y reacciones violentas.
Se trataba de un malestar parecido al que se había adueñado de Madrid, la misma agitación promovida por la radicalización social y por los conspiradores contra la República, interesados en alimentar el desorden. Pero en Granada, una pequeña ciudad de provincias, se conocía casi todo el mundo, y las intrigas, los rencores, los ánimos de venganza, cobraban una cercanía casera, muy propicia para encarnar los odios desatados en una guerra civil.
García Lorca estaba en la casa de verano de su familia, la Huerta de San Vicente, cuando los militares golpistas se adueñaron de la ciudad el día 20 de julio. Granada era entonces una Comandancia Militar bajo las órdenes de la Capitanía General de Sevilla, asumida desde el día 19 por el general Queipo de Llano, uno de los mandos del Ejército que recurrió de forma más decidida al terror como conducta oficial de los golpistas. La resistencia de la ciudad fue mínima y heroica, grupos de obreros con escopetas se atrincheraron en el Albaicín y apenas pudieron resistirse al ataque de la aviación y de la artillería rebelde. La represión fue, sin embargo, dura, muy dura, y cruel por lo innecesaria. Ni Queipo de Llano, ni el comandante Valdés Guzmán, máximas autoridades militares, vacilaron a la hora de aplicar el exterminio como el mejor método para la regeneración española. Siempre me han sorprendido las cábalas sobre las razones últimas de la muerte de García Lorca (homosexualidad, disputas familiares, noticias de radio, apoliticismo).
El poeta fue uno de los más de 5.000 granadinos ejecutados, en virtud de los consejos de guerra o de los paseos de la Escuadra Negra. Entre otros, fueron fusilados el general Miguel Campins, jefe de la Comandancia Militar y leal a la República, el alcalde, el presidente de la Diputación, el rector de la Universidad, el director del periódico más importante de la ciudad, El Defensor de Granada y numerosos diputados, concejales, profesores, sindicalistas... ¿Cómo no iban a fusilar a un poeta republicano, partidario del Frente Popular y ejemplo de libertad viva en los ambientes más sórdidos de un provincianismo que él mismo había caracterizado como la peor burguesía de España?
Golpeado y humillado
Federico García Lorca no se sintió realmente amenazado hasta el 9 de agosto, cuando una patrulla irrumpió en la Huerta de San Vicente en busca de los hermanos del casero, Gabriel Perea Ruiz. Insultado, golpeado, humillado, temió por su vida y pidió auxilio a Luis Rosales, poeta amigo, bien situado en el nuevo régimen, por el papel que sus hermanos falangistas y él mismo habían jugado en la sublevación. Rosales acudió a la Huerta y se reunió con la familia para valorar las distintas posibilidades.
Federico García Lorca no quiso arriesgarse a cruzar las líneas enemigas, para pasar a la zona republicana, y prefirió ampararse en el domicilio familiar de los Rosales, en el número 1 de la calle Angulo. Allí le llegó la noticia, el día 16 de agosto, de la ejecución de su cuñado José Fernández-Montesinos, alcalde socialista de la ciudad. Ese mismo día, sobre la una de la tarde, Ramón Ruiz Alonso se presentó en la casa de los Rosales con una orden de detención. Ruiz Alonso, antiguo diputado de la CEDA y muy activo en las labores represivas de los primeros días de la sublevación, cumplió su cometido de forma espectacular, con tumulto de tropas y cerco de la casa.
El poeta fue conducido al Gobierno Civil. Luis Rosales intentó liberar a su amigo, pero en el régimen militar que él y sus hermanos estaban ayudando a imponer no había lugar para ciudadanos como Federico García Lorca. Angelina Cordobilla, una mujer que trabajaba para la familia Lorca, llevó comida al detenido las mañanas del 17 y 18 de agosto. Cuando se presentó en el Gobierno la mañana del 19, le dijeron que el poeta no estaba allí. En efecto, durante la noche del 18 al 19 fue conducido a La Colonia, una cárcel improvisada en una villa de recreo, a las afueras de Víznar.
Al amanecer, como escribió Antonio Machado, se le vio caminar entre fusiles, en Granada, en su Granada. Fue ejecutado junto al maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Un enterrador de La Colonia acompañó hace años al escritor Ian Gibson a la fosa donde fueron sepultados los cuerpos. Durante muchos años, el barranco de Víznar ha sido el territorio sagrado de los demócratas granadinos, el lugar en el que hemos rendido culto a nuestros muertos. La democracia urbanizó aquel espacio simbólico que había formado la historia bárbara de España, construyendo allí un parque en recuerdo de las víctimas de la Guerra Civil.
LUIS GARCÍA MONTERO - EL PAÍS – 18-08-2006
La noche del 13 de julio de 1936, Federico García Lorca tomó el tren de Granada. El poeta barajaba todavía la posibilidad de viajar a México, invitado por la actriz Margarita Xirgu, para disfrutar del éxito que estaban obteniendo sus obras teatrales. Vivía un momento de plena madurez y de reconocimiento público, se habían perfilado todos los matices de su voz lírica en los poemas del Diván del Tamarit, y acababa de escribir La casa de Bernarda Alba, una obra rotunda, de alto significado en la evolución teatral de su autor, porque culminaba sus indagaciones estéticas para superar a la vez el experimentalismo elitista de la vanguardia y las facilidades populistas del arte comercial. Pocos días después de leer ante un grupo selecto de amigos el manuscrito de La casa de Bernarda Alba, tomó un tren camino de Granada. Además de pasar el 18 de julio, día de su santo, con sus padres y su hermana Concha, parece que quería alejarse de los aires conflictivos de Madrid por una breve temporada.
Pero Granada estaba lejos de respirar tranquilidad. El poeta debía de conocer las tensiones que se habían condensado en la ciudad. Su relación estrecha con Fernando de los Ríos, diputado socialista por Granada, así lo hace suponer. El Frente Popular había impugnado los resultados de las elecciones de febrero de 1936, denunciando la manipulación caciquil en la provincia. La repetición de los comicios el día 31 de marzo no sirvió para calmar las heridas abiertas por meses de grandes mítines, huelgas, tiroteos falangistas, incendios, provocaciones y reacciones violentas.
Se trataba de un malestar parecido al que se había adueñado de Madrid, la misma agitación promovida por la radicalización social y por los conspiradores contra la República, interesados en alimentar el desorden. Pero en Granada, una pequeña ciudad de provincias, se conocía casi todo el mundo, y las intrigas, los rencores, los ánimos de venganza, cobraban una cercanía casera, muy propicia para encarnar los odios desatados en una guerra civil.
García Lorca estaba en la casa de verano de su familia, la Huerta de San Vicente, cuando los militares golpistas se adueñaron de la ciudad el día 20 de julio. Granada era entonces una Comandancia Militar bajo las órdenes de la Capitanía General de Sevilla, asumida desde el día 19 por el general Queipo de Llano, uno de los mandos del Ejército que recurrió de forma más decidida al terror como conducta oficial de los golpistas. La resistencia de la ciudad fue mínima y heroica, grupos de obreros con escopetas se atrincheraron en el Albaicín y apenas pudieron resistirse al ataque de la aviación y de la artillería rebelde. La represión fue, sin embargo, dura, muy dura, y cruel por lo innecesaria. Ni Queipo de Llano, ni el comandante Valdés Guzmán, máximas autoridades militares, vacilaron a la hora de aplicar el exterminio como el mejor método para la regeneración española. Siempre me han sorprendido las cábalas sobre las razones últimas de la muerte de García Lorca (homosexualidad, disputas familiares, noticias de radio, apoliticismo).
El poeta fue uno de los más de 5.000 granadinos ejecutados, en virtud de los consejos de guerra o de los paseos de la Escuadra Negra. Entre otros, fueron fusilados el general Miguel Campins, jefe de la Comandancia Militar y leal a la República, el alcalde, el presidente de la Diputación, el rector de la Universidad, el director del periódico más importante de la ciudad, El Defensor de Granada y numerosos diputados, concejales, profesores, sindicalistas... ¿Cómo no iban a fusilar a un poeta republicano, partidario del Frente Popular y ejemplo de libertad viva en los ambientes más sórdidos de un provincianismo que él mismo había caracterizado como la peor burguesía de España?
Golpeado y humillado
Federico García Lorca no se sintió realmente amenazado hasta el 9 de agosto, cuando una patrulla irrumpió en la Huerta de San Vicente en busca de los hermanos del casero, Gabriel Perea Ruiz. Insultado, golpeado, humillado, temió por su vida y pidió auxilio a Luis Rosales, poeta amigo, bien situado en el nuevo régimen, por el papel que sus hermanos falangistas y él mismo habían jugado en la sublevación. Rosales acudió a la Huerta y se reunió con la familia para valorar las distintas posibilidades.
Federico García Lorca no quiso arriesgarse a cruzar las líneas enemigas, para pasar a la zona republicana, y prefirió ampararse en el domicilio familiar de los Rosales, en el número 1 de la calle Angulo. Allí le llegó la noticia, el día 16 de agosto, de la ejecución de su cuñado José Fernández-Montesinos, alcalde socialista de la ciudad. Ese mismo día, sobre la una de la tarde, Ramón Ruiz Alonso se presentó en la casa de los Rosales con una orden de detención. Ruiz Alonso, antiguo diputado de la CEDA y muy activo en las labores represivas de los primeros días de la sublevación, cumplió su cometido de forma espectacular, con tumulto de tropas y cerco de la casa.
El poeta fue conducido al Gobierno Civil. Luis Rosales intentó liberar a su amigo, pero en el régimen militar que él y sus hermanos estaban ayudando a imponer no había lugar para ciudadanos como Federico García Lorca. Angelina Cordobilla, una mujer que trabajaba para la familia Lorca, llevó comida al detenido las mañanas del 17 y 18 de agosto. Cuando se presentó en el Gobierno la mañana del 19, le dijeron que el poeta no estaba allí. En efecto, durante la noche del 18 al 19 fue conducido a La Colonia, una cárcel improvisada en una villa de recreo, a las afueras de Víznar.
Al amanecer, como escribió Antonio Machado, se le vio caminar entre fusiles, en Granada, en su Granada. Fue ejecutado junto al maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Un enterrador de La Colonia acompañó hace años al escritor Ian Gibson a la fosa donde fueron sepultados los cuerpos. Durante muchos años, el barranco de Víznar ha sido el territorio sagrado de los demócratas granadinos, el lugar en el que hemos rendido culto a nuestros muertos. La democracia urbanizó aquel espacio simbólico que había formado la historia bárbara de España, construyendo allí un parque en recuerdo de las víctimas de la Guerra Civil.
Thursday, August 03, 2006
EDUCAÇÃO – OS NÚMEROS DA VERGONHA
No presente debate público acerca da questão da educação o que pode constituir motivo de espanto é o facto de constituir motivo de espanto o governo pretender inverter o “nível escolar desgraçado” a que chegamos, nas palavras de Vasco da Graça Moura (DN/ 14 de Junho).
Tenho evitado insistir na abordagem destas matérias, na qual a querela dos exames é um mero “fait-divers”, por pudor já que exerço funções técnicas no Ministério da Educação. Mas, como diz o nosso povo, “o que é demais não presta” e não ficaria de bem com a minha consciência se não prestasse testemunho.
Está bem de ver que o estado a que chegou a educação, em Portugal, é uma herança antiga, recheada de responsáveis, a todos os níveis, resultante de inércias, omissões, erros, privilégios, sindicatos de interesses, capturas de poderes, …
É, aliás, notável que a ministra da educação nunca se tenha furtado ao debate público ousando quebrar o silêncio ensurdecedor que, ao longo de decénios, tem escondido as misérias do sistema.
O que direi a seguir não constitui novidade sendo somente um retrato da realidade que deveria fazer corar de vergonha todos os que se opõem às transformações profundas de que o sistema educativo português carece.
Não me interessa tecer loas às medidas de política do governo, na área da educação, nem sequer criticar quem não lhes encontra coerência, arrumando-as sob o epíteto de populistas, quando nelas encontro exactamente o contrário do populismo. Mas estamos sempre a aprender!
Permito-me sublinhar duas questões, verdadeiramente relevantes, que traduzidas em números bem merecem o epíteto de vergonhosos com que titulo o presente artigo.
A primeira é a questão do chamado “abandono escolar precoce”, ou seja, o indicador que mede o abandono prematuro da escola pelos jovens, entre os 18 e os 24 anos, que não prosseguem qualquer via alternativa de educação/formação.
O último “Relatório de Progresso da Comissão Europeia”, divulgado em 16 de Maio passado, assinala uma taxa média de “abandono escolar precoce”, no conjunto dos países da UE, em 2005, de 14,9%. O objectivo estabelecido pela “Estratégia de Lisboa”, para 2010, é alcançar uma taxa média europeia não superior a 10%.
Ora Portugal apresenta a segunda taxa mais elevada de “abandono escolar precoce” da UE, com 38,6% em 2005, embora com ligeiras melhorias em relação ao ano antecedente (39,4%). Só Malta apresenta um resultado pior.
Quem não acreditar em estatísticas não vale a pena ler o que se segue mas sempre se aconselha a levar em conta que a série estatística que transcrevo consta de um relatório recentemente divulgado pelo Tribunal de Contas Europeu (1).
No período compreendido entre 1994 e 2004 (10 anos) a série estatística da taxa de “abandono escolar precoce”, respeitante a Portugal, é a seguinte (em percentagem): 44,3; 41,4, 40,1; 40,6; 46,6; 44,9; 42,6; 44;0; 45,1; 40,4; 39,4. Desde 1994, até 1999, Portugal apresentou sempre, a larga distância, a taxa mais elevada dos países da UE tendo, após o alargamento a 25, sido ultrapassado por Malta.
Repare-se no peso de fenómeno e na sua persistência, ao longo dos últimos anos, como se nenhuma política de ataque ao flagelo do “abandono escolar precoce” tivesse sido colocada no terreno, de forma estruturada, até à entrada em funções do actual governo o que, aliás, o relatório do TCE refere.
Os dois países com as piores taxas, que antecedem Portugal, são a Espanha e a Itália que, no entanto, apresentam uma evolução positiva consistente tendo registado, em 2004, respectivamente taxas de “abandono escolar precoce” de 30,4 e 23,5.
Por sua vez, em 2005, a taxa de conclusão do ensino secundário, (jovens entre os 20-24 anos que concluíram o ensino secundário) atingiu, no conjunto dos países da UE, a média de 77,3%, tendo Portugal registado a taxa de 48,4%, colocando-nos, de novo, no penúltimo lugar, só ultrapassados por Malta. No entanto, neste caso, Portugal registou uma melhoria significativa se compararmos os 48,4% actuais com os 42,8%, de 2000, mas, paradoxalmente, piorou se comparamos o resultado de 2004 com o de 2005.
A propósito desta situação calamitosa repito hoje o que escrevi, nestas mesmas páginas, em 2004, num contexto político completamente diferente: “O núcleo essencial para atacar o problema é a escola. A comunidade escolar conhece os problemas dos alunos, as suas dificuldades, as tensões que atravessam as suas vidas concretas.”
Parece-me manifestamente exagerado, hipócrita e injusto, crucificar as medidas de reforma do sistema educativo, assentes na reabilitação e revitalização do papel da escola pública, pelas quais a actual ministra da educação se tem batido, pois não representam mais do que, pela primeira vez, em muitos anos, encetar um combate a sério, ao insucesso e abandono escolares.
Pode e deve o governo dar ouvidos às críticas. Não pode, no entanto, abdicar das políticas consagradas no seu programa sufragado pelo voto popular. Para o sucesso da reforma da educação e, em particular, a do ensino público, contam menos os recursos materiais do que a clarividência e determinação nas acções e a vontade política para as levar a bom termo.
(1) - Relatório especial nº1/2006 relativo à contribuição do Fundo Social Europeu para a luta contra o abandono escolar precoce
(Artigo publicado na edição do "Semanário Económico" de 4 de Agosto de 2006)
Tenho evitado insistir na abordagem destas matérias, na qual a querela dos exames é um mero “fait-divers”, por pudor já que exerço funções técnicas no Ministério da Educação. Mas, como diz o nosso povo, “o que é demais não presta” e não ficaria de bem com a minha consciência se não prestasse testemunho.
Está bem de ver que o estado a que chegou a educação, em Portugal, é uma herança antiga, recheada de responsáveis, a todos os níveis, resultante de inércias, omissões, erros, privilégios, sindicatos de interesses, capturas de poderes, …
É, aliás, notável que a ministra da educação nunca se tenha furtado ao debate público ousando quebrar o silêncio ensurdecedor que, ao longo de decénios, tem escondido as misérias do sistema.
O que direi a seguir não constitui novidade sendo somente um retrato da realidade que deveria fazer corar de vergonha todos os que se opõem às transformações profundas de que o sistema educativo português carece.
Não me interessa tecer loas às medidas de política do governo, na área da educação, nem sequer criticar quem não lhes encontra coerência, arrumando-as sob o epíteto de populistas, quando nelas encontro exactamente o contrário do populismo. Mas estamos sempre a aprender!
Permito-me sublinhar duas questões, verdadeiramente relevantes, que traduzidas em números bem merecem o epíteto de vergonhosos com que titulo o presente artigo.
A primeira é a questão do chamado “abandono escolar precoce”, ou seja, o indicador que mede o abandono prematuro da escola pelos jovens, entre os 18 e os 24 anos, que não prosseguem qualquer via alternativa de educação/formação.
O último “Relatório de Progresso da Comissão Europeia”, divulgado em 16 de Maio passado, assinala uma taxa média de “abandono escolar precoce”, no conjunto dos países da UE, em 2005, de 14,9%. O objectivo estabelecido pela “Estratégia de Lisboa”, para 2010, é alcançar uma taxa média europeia não superior a 10%.
Ora Portugal apresenta a segunda taxa mais elevada de “abandono escolar precoce” da UE, com 38,6% em 2005, embora com ligeiras melhorias em relação ao ano antecedente (39,4%). Só Malta apresenta um resultado pior.
Quem não acreditar em estatísticas não vale a pena ler o que se segue mas sempre se aconselha a levar em conta que a série estatística que transcrevo consta de um relatório recentemente divulgado pelo Tribunal de Contas Europeu (1).
No período compreendido entre 1994 e 2004 (10 anos) a série estatística da taxa de “abandono escolar precoce”, respeitante a Portugal, é a seguinte (em percentagem): 44,3; 41,4, 40,1; 40,6; 46,6; 44,9; 42,6; 44;0; 45,1; 40,4; 39,4. Desde 1994, até 1999, Portugal apresentou sempre, a larga distância, a taxa mais elevada dos países da UE tendo, após o alargamento a 25, sido ultrapassado por Malta.
Repare-se no peso de fenómeno e na sua persistência, ao longo dos últimos anos, como se nenhuma política de ataque ao flagelo do “abandono escolar precoce” tivesse sido colocada no terreno, de forma estruturada, até à entrada em funções do actual governo o que, aliás, o relatório do TCE refere.
Os dois países com as piores taxas, que antecedem Portugal, são a Espanha e a Itália que, no entanto, apresentam uma evolução positiva consistente tendo registado, em 2004, respectivamente taxas de “abandono escolar precoce” de 30,4 e 23,5.
Por sua vez, em 2005, a taxa de conclusão do ensino secundário, (jovens entre os 20-24 anos que concluíram o ensino secundário) atingiu, no conjunto dos países da UE, a média de 77,3%, tendo Portugal registado a taxa de 48,4%, colocando-nos, de novo, no penúltimo lugar, só ultrapassados por Malta. No entanto, neste caso, Portugal registou uma melhoria significativa se compararmos os 48,4% actuais com os 42,8%, de 2000, mas, paradoxalmente, piorou se comparamos o resultado de 2004 com o de 2005.
A propósito desta situação calamitosa repito hoje o que escrevi, nestas mesmas páginas, em 2004, num contexto político completamente diferente: “O núcleo essencial para atacar o problema é a escola. A comunidade escolar conhece os problemas dos alunos, as suas dificuldades, as tensões que atravessam as suas vidas concretas.”
Parece-me manifestamente exagerado, hipócrita e injusto, crucificar as medidas de reforma do sistema educativo, assentes na reabilitação e revitalização do papel da escola pública, pelas quais a actual ministra da educação se tem batido, pois não representam mais do que, pela primeira vez, em muitos anos, encetar um combate a sério, ao insucesso e abandono escolares.
Pode e deve o governo dar ouvidos às críticas. Não pode, no entanto, abdicar das políticas consagradas no seu programa sufragado pelo voto popular. Para o sucesso da reforma da educação e, em particular, a do ensino público, contam menos os recursos materiais do que a clarividência e determinação nas acções e a vontade política para as levar a bom termo.
(1) - Relatório especial nº1/2006 relativo à contribuição do Fundo Social Europeu para a luta contra o abandono escolar precoce
(Artigo publicado na edição do "Semanário Económico" de 4 de Agosto de 2006)
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