En las últimas semanas, distintas autoridades económicas han decretado que lo peor de la crisis ha quedado atrás. Lo ha dicho la Reserva Federal, el Banco Central Europeo (BCE) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) Eso ha llevado a algunos analistas a desgranar la verdadera fortaleza de los indicadores de actividad económica, el alcance de los brotes verdes, si es que estos existían. Y ahí los expertos de Economismo ven pocas razones para el optimismo. Desde luego, la situación varía mucho entre los distintos actores económicos mundiales, con los países emergentes y Estados Unidos a la cabeza de los resultados positivos. Pero incluso éstos cuentan con serios riesgos que impiden dar por segura esa recuperación. El proceso se presenta largo y lento.
José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney, desmenuza los datos. Admite que había una recuperación del comercio international en diciembre y en enero “pero se ha evaporado con los datos de PMI de marzo, que es el principal indicador adelantado del PIB. Tanto China como Alemania o Francia han caído con fuerza y se sitúan de nuevo en niveles de contracción”. El también profesor de la Universidad de Alcalá de Henares recalca que hasta que no se resuelvan los problemas en Europa el riesgo es “japonizar la economía”.
A su juicio, “Estados Unidos nis ha enseñado el camino. hay que parar la recesión con estímulo fiscal en aquellos países no sometidos a la tensión de los mercados y el BCE debe ser más agresivo y comprar deuda directamente”. De lo contrario, advierte, la austeridad sin crecimiento y con deflación de salarios, aumenta el déficit, la deuda pública y privada y nos lleva a la depresión”.
El catedrático de la Universidad de Granada, Santiago Carbó, cree que se ha pecado de un exceso de optimismo y que, aunque “la recesión en Europa puede que no sea tan dura, eso va a depender también de la capacidad de la gobernanza europea para internalizar los riesgos que aún persisten”. Esa capacidad, de momento, ha sido insuficiente. “La inyección de liquidez del BCE ha sido malinterpretada como el estímulo que la eurozona precisaba, cuando en realidad ha sido más una operación de urgencia para dar algo más de margen para realizar deberes que quedan pendientes”.
Por lo que respecta a Estados Unidos, el también asesor de la Reserva Federal de Chicago apunta que, aunque los datos de empleo han sido algo mejores de lo previsto, “la consolidación fiscal está amenazada por un conjunto de compromisos presupuestarios que se han aplazado hasta 2013 pero que probablemente no puedan aplazarse más allá”. Carbó señala, asimismo, que “tampoco parece que las economías emergentes estén exentas de riesgo”, dado el menor crecimiento previsto en China y los rumores de inestabilidad política que le rodean; o los síntomas de sobrecalentamiento en Brasil. “Puede que haya pasado lo peor, pero puede que lo malo dure aún bastante”, concluye.
José Luis Martínez, estratega para España de Citigroup, advierte que para evitar periodos alternos de pesimismo y de optimismo, como ahora, lo mejor es asumir que “nos enfrentamios a un escenario de lento crecimiento mundial en los próximos... ¿cinco o diez años? Lo desconocemos”. sobre esta base, Martínez advierte que las medidas de estímulo monetario llevadas a extremo sólo han servido para calmar a los mercados y “ofrecen tiempo para que lós países lleven a cabo ajustes pendientes”.
A su juicio, la eurozona ha vuelto a entrar en recesión porque los ajustes son agresivos y concentrados en un corto periodo de tiempo, mientras que en Estados Unidos los ajustes se han dilatado en un mayor periodo de años. “Pero demos tiempoa que esta recuperación sea realmente sólida”, apunta. En su opinión, esta crisis nos ha enseñado que “no se puede confundir recuperaciones cíclicas o temporales con un crecimiento sostenible” y que “nunca se puede decir que lo peor ha pasado o que no se aplicarán nuevas medidas expansivas”. Aviso a navegantes.
Guillermo de la Dehesa, presidente del Center for Economic Policy Research (CEPR), descarta de plano que se observen brotes verdes en la eurozona. “Cuando el FMI publique esus nuevas previsiones en las Perspectivas Económicas Mundiales de abril, serán peores que las actuales para el área euro”, augura. De la Dehesa critica que la región siga sin dotarse de instrumentos para hacer frente a la crisis, como un cortafuegos financiero o una regulación bancaria coherente, y urge a los países con superávit corriente un aumento de la demanda interna para evitar una recesión. “Será difícil salir de la recesión sin una política fiscal y monetaria europea que ayude a superarla”, concluye.
“Soy igual de pesimista que los otros participantes”, sentencia Diego Peñarrubia, de la Universidad de Murcia, que considera que la pregunta debería ser “qué podemos hacer para que haya pronto más brotes verdes, en mayor cantidad y más fuertes”. Y eso, en su opinión, sólo pasa por corregir “el profundo desequilibrio entre productividad y costes a lo largo del mundo”. Es decir que los países con menores costes productivos, derivados de los menores derechos sociales y laborales de su población, se acerquen a los estándares occidentales.
Desde la misma Universidad, el profesor José García Solanes advierte que “los brotes verdes con un espejismo, al menos para la economía española” porque “las reformas todavía no han dado sus frutos, el crecimiento del PIB continuará en terreno negativo y el paro seguirá subiendo durante varios trimestres”. Sólo el sector exterior parece mantener su vitalidad, recuerda. A su juicio, aunque la situación en la rona euro es menos sombría, “las palanras de Draghi y Bernanke sobre la situación económica de la zona euro suenan más a palabras de ánimo que a indicios constatados de recuperación”.
García Solanes considera que para que la recuperación económica tome cuerpo sobre bases sólidas y duraderas son necesarias dos tipos de tareas: reestructurar el sistema productivo orientándolo mucho más hacia los mercados internacionales y reducir el tipo de cambio real mediante una devaluación interna con objeto de recuperar la competitividad perdida en el curso de los últimos 12 años. A falta de lo que puedan publicar los nuevos Presupuestos, no tenemos indicios de que el Gobierno español haya tomado iniciativas en estas direcciones”.
El Pais - 30/3/2012
Thursday, March 29, 2012
Sunday, March 18, 2012
Lo que significa Grecia
De modo que Grecia ha faltado oficialmente al pago de su deuda con las entidades crediticias privadas. Ha sido una suspensión de pagos ordenada, negociada más que simplemente anunciada, lo que supongo que es algo bueno. Aun así, la historia está lejos de haber terminado. Incluso con este alivio de la deuda, Grecia —como otros países europeos obligados a imponer austeridad en una economía deprimida— parece condenada a muchos años más de sufrimiento.
Y esa es una historia que es necesario contar. Como se señalaba en un informe reciente sobre política económica, durante los dos últimos años la historia griega ha sido “interpretada como una parábola de los riesgos del despilfarro fiscal”. No pasa ni un solo día sin que algún político o experto recite, con el tono de un hombre que transmite una gran sabiduría, la cantinela de que debemos recortar drásticamente el gasto público de inmediato o nos encontraremos con que nos hemos convertido en Grecia; en Grecia, les digo.
Por poner solo un ejemplo reciente, cuando Mitch Daniels, gobernador de Indiana, pronunció la respuesta republicana al discurso sobre el Estado de la Unión, insistió en que “solo estamos a una corta distancia por detrás de Grecia, España y otros países europeos que ahora se enfrentan a la catástrofe económica”. Por cierto, parece ser que nadie le dijo que España tenía una deuda pública baja y un superávit presupuestario justo antes de la crisis; el país está en apuros por culpa de los excesos del sector privado, no del sector público.
Pero lo que la experiencia de Grecia realmente demuestra es que, aunque tener déficits en tiempos de bonanza puede crearle problemas a uno —lo que efectivamente sucedió en el caso de Grecia, aunque no en el de España—, tratar de eliminar los déficits una vez que uno ya tiene problemas es buscarse una depresión.
En estos momentos, las depresiones causadas por la austeridad son visibles en toda la periferia europea. Grecia es el peor caso, con un desempleo que se ha disparado hasta el 20%, al tiempo que los servicios públicos, entre ellos la sanidad, se hunden. Pero Irlanda, que ha hecho todo lo que la tropa de la austeridad quería, está también en una situación terrible, con un paro cercano al 15% y un PIB real que ha caído más de un 10%. Portugal y España pasan por dificultades similares.
Y la austeridad en época de crisis no solo inflige un enorme sufrimiento. Hay cada vez más pruebas de que es contraproducente incluso desde un punto de vista puramente fiscal, ya que la combinación de una disminución de los ingresos debida a una economía deprimida y unas peores perspectivas a largo plazo reduce la confianza del mercado y hace que la carga de la deuda futura sea más difícil de manejar. Hay que preguntarse cómo pueden unos países que están negándole sistemáticamente un futuro a su población joven —el paro juvenil en Irlanda, que antes era más bajo que el de EE UU, ahora alcanza casi el 30%, mientras que está cerca del 50% en Grecia— lograr un crecimiento suficiente para pagar su deuda.
Quienes intentan convertir a EE UU en Grecia son los que piden más austeridad
Esto no era lo que se suponía que debía suceder. Hace dos años, cuando muchos responsables políticos y expertos empezaron a pedir que se pasase del estímulo económico a la austeridad, prometieron grandes beneficios a cambio del sufrimiento. “La idea de que las medidas de austeridad pueden desencadenar una situación de estancamiento es incorrecta”, afirmaba Jean-Claude Trichet, el entonces presidente del Banco Central Europeo, en junio de 2010. En lugar de eso, insistía, la disciplina fiscal inspiraría confianza y eso conduciría al crecimiento económico.
Y cada pequeño indicio de mejora en una economía sometida a la austeridad se ha acogido como prueba de que la política funciona. Se ha proclamado que la austeridad irlandesa era una historia de éxito no solo una, sino dos veces: primero en el verano de 2010 y nuevamente el pasado otoño; en cada ocasión, la supuesta buena noticia se esfumó rápidamente.
Puede que se pregunten qué alternativa tenían países como Grecia e Irlanda, y la respuesta es que no tenían ni tienen buenas alternativas aparte de la de abandonar el euro, una medida extrema que, siendo realistas, sus dirigentes no pueden tomar hasta que todas las demás opciones hayan fracasado (una situación a la que, si quieren saber mi opinión, Grecia se aproxima a toda velocidad).
Alemania y el Banco Central Europeo podrían tomar medidas para hacer que esa solución extrema sea menos necesaria, pidiendo menos austeridad y también haciendo más para impulsar la economía europea en su conjunto. Pero la cuestión principal es que EE UU sí que tiene una alternativa: tiene su propia moneda y puede adquirir préstamos a largo plazo a unos intereses más bajos que nunca, de modo que no tiene que entrar en una espiral descendente de austeridad y contracción económica.
Así que ha llegado la hora de dejar de invocar a Grecia como una historia con moraleja sobre los peligros de los déficits; desde un punto de vista estadounidense, Grecia debería más bien considerarse una historia con moraleja sobre los peligros de intentar reducir los déficits demasiado deprisa, mientras la economía sigue estando profundamente deprimida. (Y sí, a pesar de que últimamente haya habido algunas buenas noticias, nuestra economía sigue estando profundamente deprimida).
La verdad es que si quieren saber quién está en realidad tratando de convertir a EE UU en Grecia, no son los que instan a que haya más estímulos para nuestra economía todavía deprimida; son las personas que exigen que emulemos la austeridad griega, aun cuando no nos enfrentamos a unas restricciones crediticias como las de Grecia, y que de esa forma nos hundamos en una depresión similar a la griega.
Paul Krugman in NYT, a partir do El Pais
Y esa es una historia que es necesario contar. Como se señalaba en un informe reciente sobre política económica, durante los dos últimos años la historia griega ha sido “interpretada como una parábola de los riesgos del despilfarro fiscal”. No pasa ni un solo día sin que algún político o experto recite, con el tono de un hombre que transmite una gran sabiduría, la cantinela de que debemos recortar drásticamente el gasto público de inmediato o nos encontraremos con que nos hemos convertido en Grecia; en Grecia, les digo.
Por poner solo un ejemplo reciente, cuando Mitch Daniels, gobernador de Indiana, pronunció la respuesta republicana al discurso sobre el Estado de la Unión, insistió en que “solo estamos a una corta distancia por detrás de Grecia, España y otros países europeos que ahora se enfrentan a la catástrofe económica”. Por cierto, parece ser que nadie le dijo que España tenía una deuda pública baja y un superávit presupuestario justo antes de la crisis; el país está en apuros por culpa de los excesos del sector privado, no del sector público.
Pero lo que la experiencia de Grecia realmente demuestra es que, aunque tener déficits en tiempos de bonanza puede crearle problemas a uno —lo que efectivamente sucedió en el caso de Grecia, aunque no en el de España—, tratar de eliminar los déficits una vez que uno ya tiene problemas es buscarse una depresión.
En estos momentos, las depresiones causadas por la austeridad son visibles en toda la periferia europea. Grecia es el peor caso, con un desempleo que se ha disparado hasta el 20%, al tiempo que los servicios públicos, entre ellos la sanidad, se hunden. Pero Irlanda, que ha hecho todo lo que la tropa de la austeridad quería, está también en una situación terrible, con un paro cercano al 15% y un PIB real que ha caído más de un 10%. Portugal y España pasan por dificultades similares.
Y la austeridad en época de crisis no solo inflige un enorme sufrimiento. Hay cada vez más pruebas de que es contraproducente incluso desde un punto de vista puramente fiscal, ya que la combinación de una disminución de los ingresos debida a una economía deprimida y unas peores perspectivas a largo plazo reduce la confianza del mercado y hace que la carga de la deuda futura sea más difícil de manejar. Hay que preguntarse cómo pueden unos países que están negándole sistemáticamente un futuro a su población joven —el paro juvenil en Irlanda, que antes era más bajo que el de EE UU, ahora alcanza casi el 30%, mientras que está cerca del 50% en Grecia— lograr un crecimiento suficiente para pagar su deuda.
Quienes intentan convertir a EE UU en Grecia son los que piden más austeridad
Esto no era lo que se suponía que debía suceder. Hace dos años, cuando muchos responsables políticos y expertos empezaron a pedir que se pasase del estímulo económico a la austeridad, prometieron grandes beneficios a cambio del sufrimiento. “La idea de que las medidas de austeridad pueden desencadenar una situación de estancamiento es incorrecta”, afirmaba Jean-Claude Trichet, el entonces presidente del Banco Central Europeo, en junio de 2010. En lugar de eso, insistía, la disciplina fiscal inspiraría confianza y eso conduciría al crecimiento económico.
Y cada pequeño indicio de mejora en una economía sometida a la austeridad se ha acogido como prueba de que la política funciona. Se ha proclamado que la austeridad irlandesa era una historia de éxito no solo una, sino dos veces: primero en el verano de 2010 y nuevamente el pasado otoño; en cada ocasión, la supuesta buena noticia se esfumó rápidamente.
Puede que se pregunten qué alternativa tenían países como Grecia e Irlanda, y la respuesta es que no tenían ni tienen buenas alternativas aparte de la de abandonar el euro, una medida extrema que, siendo realistas, sus dirigentes no pueden tomar hasta que todas las demás opciones hayan fracasado (una situación a la que, si quieren saber mi opinión, Grecia se aproxima a toda velocidad).
Alemania y el Banco Central Europeo podrían tomar medidas para hacer que esa solución extrema sea menos necesaria, pidiendo menos austeridad y también haciendo más para impulsar la economía europea en su conjunto. Pero la cuestión principal es que EE UU sí que tiene una alternativa: tiene su propia moneda y puede adquirir préstamos a largo plazo a unos intereses más bajos que nunca, de modo que no tiene que entrar en una espiral descendente de austeridad y contracción económica.
Así que ha llegado la hora de dejar de invocar a Grecia como una historia con moraleja sobre los peligros de los déficits; desde un punto de vista estadounidense, Grecia debería más bien considerarse una historia con moraleja sobre los peligros de intentar reducir los déficits demasiado deprisa, mientras la economía sigue estando profundamente deprimida. (Y sí, a pesar de que últimamente haya habido algunas buenas noticias, nuestra economía sigue estando profundamente deprimida).
La verdad es que si quieren saber quién está en realidad tratando de convertir a EE UU en Grecia, no son los que instan a que haya más estímulos para nuestra economía todavía deprimida; son las personas que exigen que emulemos la austeridad griega, aun cuando no nos enfrentamos a unas restricciones crediticias como las de Grecia, y que de esa forma nos hundamos en una depresión similar a la griega.
Paul Krugman in NYT, a partir do El Pais
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