El Reino Unido asiste atónito al desplome de su economía, su sistema financiero y su moneda
"En estos momentos no se me ocurre una política más popular que fusilar a los banqueros y nacionalizar los bancos. Puede incluso permitirle a Brown ganar unas elecciones. Bien pensado, hasta podría sacarnos a todos de este follón". El autor de este comentario no es un frívolo columnista de poca monta o un militante de la izquierda radical. Es Philip Stephens, uno de los analistas políticos más prestigiosos -y moderados- del Financial Times. Consumado blairista en tiempos de Tony Blair, firme defensor del vínculo transatlántico, la confianza de Stephens en el libre mercado está fuera de toda duda.
Su comentario es una caricatura, pero es también una manera de hacerse eco de un estado de ánimo que va ganando terreno entre los británicos a medida que esta crisis se extiende en el tiempo y en el espacio y se va pareciendo cada vez más a una gran depresión. Los británicos están atónitos. No tanto porque el país esté desde el viernes pasado oficialmente en recesión -como tantos otros- sino porque en poco más de un año el Reino Unido ha pasado de ser una economía moderna en permanente crecimiento, ejemplo reformista de mercados abiertos basados en los servicios y muy en particular los servicios financieros e inmobiliarios, a convertirse en el peor alumno de Europa, con gran parte del sistema bancario intervenido por el Estado para evitar su desaparición, la libra esterlina, último reducto de orgullo y de independencia del Imperio Británico, malherida y quién sabe si a punto de pedir ayuda al mismísimo diablo en forma de integración en el euro, y con cada vez más voces preguntándose si el Gobierno británico tendrá que acabar sometiéndose a la humillación de pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI), como ocurrió en los años setenta.
El último en comentarlo, aunque es parte interesada, ha sido David Cameron, líder de la oposición. El primer ministro, Gordon Brown, le ha contestado con desdén: "Eso es ridículo". Brown también ha menospreciado al financiero americano Jim Rogers, que ha dicho que no piensa volver a invertir en el Reino Unido. "Si cree que voy a construir mis políticas a partir de lo que digan un puñado de especuladores, está muy equivocado", dijo el viernes Brown en una entrevista en BBC Radio 4.
El excéntrico Rogers, fundador con George Soros del mítico Quantum Fund, vive en Singapur porque cree que el futuro está en Asia y opina que el Reino Unido "ya no tiene nada que vender". "Tenía petróleo, pero se está acabando. Y no le queda nada que vender. La City de Londres era un desastre y ahí han empezado muchos de los problemas. Siento mucho decirlo pero no voy a poner dinero en el Reino Unido. He vendido todas mis libras", ha dicho.
Desde el viernes, el Reino Unido está en recesión: el PIB, que había caído un 0,6% en el tercer trimestre de 2008, cayó el 1,5% en el cuarto trimestre del año, según los datos de la Oficina Nacional de Estadística. Una caída tres décimas superior a lo que vaticinaba la City. Según el Instituto Nacional de Investigación Económica y Social (NIESR en sus siglas en inglés), la economía británica está de hecho en recesión desde mayo pasado, aunque el buen comportamiento de los cuatro primeros meses del año pasado le permitirán cerrar 2008 con un crecimiento en torno al 0,7%.
Pero las cosas serán mucho peores este año. Las previsiones oficiales del Gobierno, una caída de la economía de entre el 0,75% y el 1,25% en 2009, serán revisadas a peor en los próximos presupuestos, en marzo. Esta semana, la Comisión Europea pronosticó una caída del 2,8% del PIB británico, el peor dato de la Unión Europea con la poco honrosa salvedad de las minúsculas economías de Irlanda y las tres repúblicas bálticas. Las previsiones de The Economist Intelligence Unit, publicadas el viernes, son aún más pesimistas: una caída del PIB del 3,2% este año y del 1,1% en 2010, en contra de la opinión de Bruselas de que el Reino Unido cerrará 2010 con un modesto crecimiento del 0,2%.
Como en toda crisis de este calibre, el paro ha aumentado y también esta semana se ha sabido que en noviembre había ya más de 1,92 millones de desempleados. Pero más allá de las tragedias del desempleo o de la frialdad de las cifras del PIB, esta crisis se está convirtiendo en un psicodrama para los británicos porque está cuestionando su sistema bancario, el futuro de su industria financiera e incluso la supervivencia de la libra esterlina. Algunos expertos han llegado a comparar estos problemas con los que llevaron al colapso a la banca de Islandia.
Primero fue el pequeño y provinciano Northern Rock. Luego el Gobierno tuvo que forzar la absorción de HBOS por Lloyds TSB. En octubre tuvo que entrar a saco en el capital del Royal Bank of Scotland (RBS) y del Lloyds/HBOS para evitar una debacle. Esta semana ha sido un calvario bursátil para Barclays, RBS y Lloyds Banking Group (la entidad surgida de aquella fusión inducida).
En octubre pasado, el primer ministro Brown enderezó su malbaratado prestigio político con un plan de rescate de la City que evitó el colapso del Royal Bank of Scotland -tercer banco del país, tras HSBC y Barclays- y de la otra gran entidad escocesa, el HBOS (Halifax Bank of Scotland), que ya se estaba integrando en Lloyds debido a sus dificultades para digerir la crisis crediticia.
En aquel plan, el Gobierno puso sobre la mesa 400.000 millones de libras (550.000 millones de euros al cambio de entonces, 425.000 al de esta semana) de los que 50.000 se destinaron a reforzar el capital de los bancos con más problemas, 100.000 a doblar el fondo creado meses antes para que los bancos pudieran canjear activos sanos por bonos del Estado para conseguir liquidez y se pusieron al menos 250.000 millones de libras en avales para la banca.
Aquel plan se exportó al resto de Europa y a Estados Unidos como modelo a seguir. Pero no ha solucionado ninguno de los problemas de fondo de la banca británica: los bancos siguen sin prestarse dinero unos a otros y empresas y consumidores apenas tienen acceso a préstamos a pesar de que los tipos de interés han caído en picado: estaban al 5,75% en julio de 2007, al 4,5% en octubre de 2008 y al 1,5% desde el 8 de enero, el tipo más bajo en toda la historia del Banco de Inglaterra.
Brown y su ministro del Tesoro y canciller del Exchequer, Alistair Darling, presentaron el pasado lunes un segundo plan de rescate. Pero su impacto ha sido prácticamente nulo en el mercado, que ha seguido castigando a los bancos en la Bolsa, y también entre la opinión pública, que no ha sabido encontrar un mensaje claro. Quizá porque se trata de un plan más confuso y sin cifras. Y, sobre todo, porque la reacción del mercado da a entender que quizás ni siquiera el Gobierno está en condiciones de garantizar el futuro de la banca británica. "En el Reino Unido no hay ningún banco solvente. Y, si lo hay, yo no lo conozco", ha dicho también Rogers.
No muchos suscribirían esas palabras en el Reino Unido, pero la realidad es que el Estado posee ya el 70% del tercer banco del país, RBS, y casi la mitad del cuarto, Lloyds. Y esta semana se han podido leer editoriales en diarios tan conservadores como The Times pidiendo la nacionalización completa del RBS.
La crisis del sistema bancario ha ido acompañada del hundimiento de la libra esterlina, que cotizaba a dos dólares hace un año y el viernes se pagaba a 1,350 dólares, el cambio más bajo en casi un cuarto de siglo. La libra se ha pagado durante años a 1,5 euros y en estos momentos está al borde de la paridad con la divisa europea. Su debilidad es consecuencia de diversos factores combinados: los tipos de interés están por los suelos y se espera que bajen aún más, el mercado inmobiliario sigue en crisis, el déficit por cuenta corriente está por las nubes, las perspectivas económicas son muy malas, se han disparado los números rojos en las cuentas públicas y las turbulencias bancarias de los últimos días han acabado por debilitar a la divisa.
Todo esto ocurre en un país que presumía de vivir de su industria financiera y se reía de la trasnochada economía industrial de países como Alemania. Los británicos empiezan a darse cuenta ahora de que apostar de manera exagerada por la industria financiera es una debilidad semejante a la dependencia que la economía española ha tenido respecto al sector de la construcción.
Los ahorradores extranjeros se están marchando con rapidez del Reino Unido y, según el Bank of New York Mellon, sólo en septiembre y octubre del año pasado fueron retirados más de 100.000 millones de libras, tres cuartas partes del dinero que había entrado en los últimos cuatro años.
Willem H. Buiter, profesor de Economía Política Europea de la London School of Economics, hace ya meses que ha comparado la situación que vive el Reino Unido con la crisis bancaria que padeció Islandia: dos países excesivamente dependientes de su sistema financiero y respaldados por una moneda débil a nivel mundial, que al igual que el franco suizo o el yen han perdido cualquier opción a ser una moneda de reserva tras la aparición del euro.
Buiter y una treintena de autores defienden el ingreso de la libra en el euro en una recopilación de ensayos publicados hace unos días bajo el título común de "Diez años del euro: nuevas perspectivas para Gran Bretaña". Muchos de los autores concluyen que quizás la libra no necesitaba del euro hace 10 años pero que todo ha cambiado con la crisis y vale la pena reabrir el debate político sobre el ingreso.
En opinión de Buiter, el Reino Unido se enfrenta al peligro de tres crisis financieras al mismo tiempo: la de los bancos, la de la libra y la de la deuda soberana. "Sólo hay tres formas de manejar ese problema", asegura. "La primera es reducir el nivel de las actividades financieras internacionales de la City, incluso más de lo que se reducirían si la libra ingresara en el euro, para suavizar el excesivo peso de las finanzas en la economía británica. La segunda es convertirse en el 51º Estado de Estados Unidos. La tercera es adoptar el euro. Sólo la tercera es razonablemente posible", argumenta.
"Al no pertenecer a la zona euro, el Reino Unido es más vulnerable a la triple crisis financiera porque pertenece a un grupo de países caracterizados por un cuarteto de inconsistencias: un país pequeño con un sector bancario muy expuesto al exterior, con una moneda que no es divisa de reserva y con una capacidad fiscal limitada en comparación con la posible insolvencia de su sector bancario", explica. Hay tres países que comparten esa definición: Islandia, cuyo sector bancario era 9 veces mayor que su PIB, Suiza (6 veces) y el Reino Unido (4,5 veces).
Según Will Hutton, vicepresidente ejecutivo de The Work Foundation y ex director del dominical londinense de centro izquierda The Observer, si la crisis del Reino Unido se acentúa, el Gobierno deberá elegir entre estas tres opciones: recurrir al Banco de Inglaterra para imprimir dinero como tuvieron que hacer en su día los países de América Latina, lo que dispararía la inflación y empobrecería a la clase media; pedir un macropréstamo del FMI, la UE y Estados Unidos, lo que sería "un suicidio político", o, "la última y más digerible solución, ingresar en el euro para evitar la bancarrota nacional".
"Entrar en el euro no tiene por qué hacerte más solvente, pero los inversores afrontan un riesgo muy diferente, y eso es algo crucial", opina en su ensayo el alemán Wolfgang Münchau, uno de los miembros fundadores de Financial Times Deutschland. Münchau cree que el Reino Unido podría seguir fuera del euro si las cosas no hubieran cambiado pero que, en el escenario que se avecina en los próximos 10 años, "una política monetaria independiente [el argumento principal de quienes defienden que la libra siga fuera del euro] puede acabar siendo lo contrario de una ventaja". "Ingresar en el euro puede significar un marco económico mucho más estable", asegura. Pero eso es algo que no ha dicho en público ningún parlamentario británico desde hace años. –
[In El Pais - WALTER OPPENHEIMER 25/01/2009]
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